Cuando
era pequeña no podía dejar de mirar a mí madre haciendo sus tareas.
Siempre andaba preguntando aquí y allá, colgada de sus faldas. Ella no
paraba de hacer cosas y yo deseaba participar en todas ellas. Aprender
observando, empezar probando con cosas sencillas y bajo supervisión
materna y al final, soltarme yo sola y comenzar mis propios trabajos.
Hablo sin duda de la costura.
Aquélla
época entre telas y máquinas de coser marcó un antes y un después. Yo
rondaba los 11 años y nacía en mí una bonita relación de amor-odio con la
costura, debido a que mi nerviosismo no me dejaba hacer las cosas bien.
Acababa ofuscándome y dejando a medias la mayoría de las cosas. La
paciencia nunca fue una virtud...hoy día la sigo buscando en muchos
aspectos de mi vida.
El caso es que perfectamente podía realizar un conjunto de ropita para
un muñeco, bordar, hacer crochet, punto a dos agujas, coger dobladillos,
arreglarme la ropa...cosas que amigas mías o compañeras de clase no
sabían, ni siquiera coser un botón. Eso me llenaba de orgullo y a la vez
de vergüenza, porque ellas se hubieran burlado de mí de haberlo sabido.
Entonces se convirtió en mi gran secreto, el que compartía con mi
madre.
Llegó
el momento de ir al instituto y ya con 13 años dejé un poco de lado
todo el tema de la costura y los trabajos manuales. Por suerte o por
desgracia, me tocó estar interna de lunes a viernes en una residencia de
estudiantes y el tiempo lo dedicaba a otros menesteres. De vez en
cuando, y ayudada por mi hermano, confeccionaba pequeños trabajos:
regalitos para cumpleaños, para el día del padre, juegos
inventados...los fines de semana los pasábamos entretenidos.
Pasaron
los años y ya mis preocupaciones eran otras...aprobar selectividad y
estudiar una carrera. Llegó a mi vida el apasionante mundo de la
biología, esa preciosa carrera que al acabarla ha dejado en mí un sabor
agridulce. Si bien la estudié por vocación sabiendo que las salidas
profesionales son escasas. Pero era mi sino...y lo que yo quería por
encima de los deseos de mi padre, que me instaba a estudiar otra cosa.
Hace
dos años surgió de nuevo en mí ese deseo incontrolado de hacer algo con
mi tiempo libre, algo que me llenara y me hiciera sentir satisfecha. Mi
madre me regaló entonces una máquina de coser de los años 80 que había
sido suya. Le había costado tantos esfuerzos comprarla que yo sentía que
era un tesoro entre mis manos. No lo dudé...era ese empujoncito que
estaba esperando, una amalgama de sensaciones encontradas de nuevo. Ésta
vez le echaría paciencia, seguro.
Y
así es cómo comenzó esta historia de tiempos pasados unida a las
modernidades de hoy en día...crear un blog, una página web, darse a
conocer en foros, añadirse a los motores de búqueda por internet...The
Pink Pomelo! es la culminación de muchos blogs y muchas participaciones
por los rincones del ciberespacio.
Nació
la forma que tengo de dar a conocer mi mundo y mis trabajos, de enseñar
lo que sé a gente que no ha podido aprender, que no ha tenido la
oportunidad de que alguien les enseñe. Yo tuve y tengo a mi madre, fiel a
mis necesidades y preguntas, fan de mis proyectos e incansable apoyo
cuando me atasco.
El
nombre: The Pink Pomelo! es una mezcla de inglés y español que denota
cómo me siento en estos momentos de mi vida: Pink (rosa) hace referencia
a mi color favorito, el color que me gusta que sea la vida...y Pomelo
es una fruta ácida y fuerte, tal y como yo me considero (sin ser pretensiosa).