viernes, 24 de febrero de 2012

Antes de un vuelo.


Fue diferente aquel reencuentro y aquella separación fugaces en uno de los días que se quedó para mi recuerdo hace 10 años. No cambiaron las miradas ni los gestos y no quedaron resquemores ni recelos, esa vez tus palabras sonaron más sinceras y maduras que nunca y, sin embargo, me las echaste encima en forma de sermón, cayendo sobre su propio peso. Y lo entiendo, te decepcioné. No creí que fuera tan mezquina y tan miserable y tu tan bueno e inocente. No me quedó otra opción más que callar y asentir, notar cuando tu cuerpo habló de dolor y tratar de aliviar la tensión que viciaba el ambiente (cuando algo se rompe es difícil de recuperar).
Alguna lágrima se escapó cascada abajo sin que me vieras, algún reproche se coló por las rendijas de mi sombra, alguna palabra cortó el aire y alguna imagen apareció frente a  mis ojos cerrados, como un pase de clichés, pero respondí bien y lo afronté con dignidad. Qué fácil hubiera sido hacerte caso. Qué difícil no hacerlo. Llevé tu cicatriz en mis manos mucho tiempo.
Y con el minutero agotando el último momento antes de coger el avión,  me quedé con tu cara seria plasmada en diapositivas y con mi cuerpo inmóvil, viéndo cómo te marchabas a 1600 km de mí en línea recta. Jamás esa distancia me dolió tanto. Recuerdo que me sentí revuelta y abrumada. Abrazo profundo, besos y adiós, aquella vez convertido en hasta la próxima. Y un cuídate en la punta de los labios. Siempre te deseé buen viaje a pesar de mis heridas.
Gracias, mil veces.

1 comentario:

  1. Voy leyendo poco a poco tus textos y me paro en este porque me pone el vello de punta. Seguiré hacia abajo, solo decirte que me encanta.

    ResponderEliminar